Argumento 2: Identidad Nacional y Memoria Colectiva
Identidad
nacional y Memoria Colectiva[1]
La memoria colectiva
peruana tiene una raíz y un sistema. No es en esencia lingüística, sino oral. Y
la concepción del mundo no nace del enfrentamiento con fines de
superación inferiorizando al otro ni justificándolo todo a partir de una única
razón de manera permanente y sistemática. La memoria colectiva peruana
es activa porque precisamente no se registraría con fuego y tinta, sino con los
oídos y los ojos. Ni siquiera solo con base a nudos y diagramas, aunque es algo
que más acuciosamente se viene investigando para salir de la descalificación
gratuita de proceder de un origen ágrafo a secas. Quizá la memoria colectiva
pre peruana se urdiría con poesía, pero no la clásica[2]. Pero igual, ¿qué es la
poesía sino la música interna que, a causa de otro, revela al migo mismo y a su
propia causa? Digamos que su código es como un ícaro amazónico o un canto
familiar andino, tal como hoy lo es en el himno nacional su estrofa apócrifa
que han guardado al fondo del lago los que no conocieron todavía el origen y el
sentido de ese canto. Quizá no han podido gozar del recuerdo. Es hermosa no por
lo que dice, sino por los recuerdos. Quién eres no importa, sino cómo cantas. Si
no hubiera un otro, ¿para qué cantar? Quién, puede ser cualquiera. Sólo tiene
que ser.
Es probable que aquello
de “ser” se explique con más claridad a través de “Identidad nacional y memoria
histórica colectiva en el Perú. Un estudio exploratorio”, de Rottenbacher y
Espinosa (2010)[3].
Así, la identidad es entendida como algo múltiple, conformado por muchos elementos, percibidos estos, por cada individuo, como cercanos o lejanos a la centralidad de su propia autodefinición (Vignoles et al., 2006; Vignoles & Moncaster, 2007). El proceso que conduce a la autodefinición se vincula con otros dos procesos de igual importancia: la autoevaluación y la comparación social. Para poder autoevaluarse, las personas se comparan con los atributos que poseen sus pares significativos, es decir, personas similares y relevantes en la vida de un individuo (Bizman & Yinon, 2004).
Y por supuesto que no
se niega la existencia de “maldad”, pero sería la de las acciones, no
esencialmente la de los seres, como sí suele verse en la filosofía clásica
implantada desde 1532. No es que entre las culturas pre peruanas no hubiera ni rivalidad
ni motivaciones negativas, pero es posible que no fueran el núcleo de toda
mitología, filosofía ni epistemología, dada la conducta cultural en zonas de
agricultura familiar del presente.
Michelle Taruffo, en
Simplemente la verdad, relata la Historia del Derecho pulcramente, y es ahí donde
se puede notar qué tipo de recursos racionales eran comunes antes y después del
imperio romano, en qué consistió el proceso jurídico que avanzó hasta la
indefectible necesidad del caso por caso en base a evidencias contrastables en
la aplicación de sentencias. Y, por supuesto, revela el paso de la episteme divina,
inhumana y utilitarista, a la del conocimiento en sí: el conocimiento del otro que
es necesario, excepcionalmente, calificar y sentenciar.
Sin embargo, en el Perú
el clasicismo es predominante, sobre todo en las ciudades, y eso afecta la
visión y la perspectiva de la memoria colectiva, probablemente, a causa de lo
que fue doctrina y hoy es dogma: el colonialismo. Las ciudades realmente no han
evolucionado. El virreinato pervive. Pero la memoria también.
[1] No uso la combinación “memoria histórica” debido a que es una repetición:
cuentan como sinónimas. Se puede decir que hay memoria antigua y memoria
reciente, pero ambas son históricas: Historia como lo que ha pasado, no esencialmente
registro de lo atestiguado, etimológicamente.
[2] Lazo, R. (2024).
[3] Rottenbacher, Jan Marc; Espinosa, Agustín (2010). Identidad nacional y memoria histórica
colectiva en el Perú. Un estudio exploratorio. Revista de Psicología, vol. 28,
núm. 1, junio, 2010, pp. 147-174. Pontificia Universidad Católica del Perú Lima,
Perú.
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